26.2.07

Memoria Francesa (Creer o reventar, camarada)

- Ud. sabe, camarada, que los nazis nos estamos organizando en el mundo y necesitamos conocernos más. Como representante de la Argentina, quisiéramos saber qué nos puede decir del ámbito ultraderechista en su país y hacer un informe. Tiene la palabra.
- Bueno, yo no sé bien por dónde empezar...
- ¿Tienen por ejemplo grupos nazis?
- Esteee... sí, hay algunos. Por ejemplo hay uno que se concentra en Parque Rivadavia.
- ¿Una plaza histórica? ¿Escenario de alguna batalla patria?
- No, es un parque. Hay una calesita.
- Ajá... y hacen manifestaciones, homenajes a Hitler...
- No, no. Tienen un puesto de libros.
- ¿Libros? Literatura nacionalsocialista, supongo: Mein Kampf...
- No, en realidad libros de texto.
- ¿Libros de texto?
- Sí, primarios, secundarios, el Manual del Alumno Bonaerense, el...
- ¿Me está jodiendo?
- Bueno, en realidad venden libros de todo tipo, Marcos Aguinis, José Ingenieros, revistas Anteojito viejas...
- Pero escúcheme, le pregunté por grupos nazis: NA-ZIS.
- Si, si, son nazis, mire. Lo que pasa es que hay que financiarse y la venta de libros usados en Argentina es negocio, camarada.
- ¿No conocen la frase del gran Goering?
- Y camarada... la guita es...
- ¿Protagonizaron algún hecho de violencia?
- Si, ojo, eso si. Un día fueron a hacerle el aguante a unos muchachos de un recital en contra de la violencia policial.
- Ahhhh, muy bien, muy bien. Hippies roñosos, drogones debiluchos, infrahumanos... ¿Y qué pasó?
- Los cagaron a trompadas.
- ¡Muy bien, camarada! ¡Muy bien!
- No, no... los cagaron a trompadas a los nuestros. Incluso amasijaron a uno. Quedó estrolado en el piso, pobre. El jefe del grupo tuvo tanto cagazo que se refugió en Uruguay durante un tiempo.
- Oiga, a mí me han dicho que Argentina tiene una tradición de nazismo, que fueron jerarcas nazis allí, en fin... ¿No aprendieron nada?
- Esteeemmm...
¿Algo más serio no tiene? Digamos no nazis-nazis pero autoritarios, fascistas, militaristas...
- Si, bueno, hay unos grupos que reivindican a la dictadura militar y el genocidio.
- Ahí me va gustando... ¿Y quiénes son sus dirigentes?
- Cecilia Pando, Ana Lucioni, Karina Mujica...
- Pero escuche... ¿Me está jodiendo de nuevo? ¡Son todas mujeres!
- Y... sí...
- Pero el fascismo y el militarismo se supone es cosa de machotes, hombre. Las mujeres a la cocina a callarse la boca, los hombres al combate ¿Qué es eso de andar escondiéndose detrás de las polleras de las minas?
- Bueno, no sé. Son las representantes más destacadas digamos. Ellas gritan cualquier barbaridad, reivindican la dictadura y todo, pero los esposos más bien son discretitos.
- ¿Ud. me quiere decir que los militares fascistas de su país son unos calzonudos? ¿No pueden meter en cintura a sus propias mujeres? ¿Y el machismo qué?
- Y... no sé. Lo que sé es que el mayor Mercado comparado con su mujer es una señorita, mire.
- Y esas mujeres ¿a qué se dedican?
- Bueno... eemmm...
- ...porque algo harán de su vida ¿no?
- Si, si, justamente, justamente. Hay una, esta chica Mujica... ehhmm... relaciones públicas...
- ¿No me había dicho la última vez que era actriz?
- Ssssssi... bueno, no, no exactamente.
- Camarada, la verdad nos hará libres. Un camarada debe la verdad al Movimiento. La Verdad ante todo. La Verdad solamente. La Verdad...
- Bueno, parece que es prostituta.
- ¿¿¿Lo qué???
- Si, o sea...
- Camarada, me parece que Ud. no entiende bien a qué vino acá. Este es un Congreso serio para un Movimiento serio. Si viene de joda...
- No, por favor. Créame. En un informativo de TV la mostraron en una ciudad balnearia...
- ¿Ud. me quiere convencer de que el honor militar de su país tiene como defensora y figura principal a una puta?
- Creer o reventar, camarada.
- Pero... pero... ¿Y qué dice la militancia? ¿Qué dijeron los militares? ¿Qué opina el ambiente de la ultraderecha argentina?
- Que está bien.
- ¿¿Cómo que está bien??
- Que bueno, que si es puta es su vida, que cada uno tiene la libertad individual de...
- ¡¡Pero esos son argumentos de progre!! ¿Se da cuenta de lo que está diciendo? Estamos hablando de la fuerza más importante de la Reacción, del Principal Bastión de Lucha contra el Comunismo, de la Reserva Moral de Occidente Cristiano y me viene con que la figura más importante es una mina ¡Y puta para colmo! ¿Qué clase de pelotudos tienen en Argentina?
- Estemmm... bueno, yo...
- Oiga, por lo menos déme un atenuante, ¡no puedo pasar este informe! Quiero pensar que por lo menos, no sé... se tratará de una gran dama. Una de esas cortesanas extravagantes de lujo, con gran cultura. Una condesa rusa por ejemplo, una Tamara Lempicka, una...
- No, no, mas bien popular: Valentina, te hago la completa, 55 pesitos sin globito.
- ...
- La filmaron por la tele y todo.
- O sea que... encima un gato de dos mangos.
- La verdad no es mentira.
- Camarada... me parece que algo anda mal. ¿Esos no son los mismos que ganaron la guerra contra la subversión? ¿No son los que rescataron a la patria del comunismo ateo?
- Si, si. Son los mismos.
- Ud. perdóneme pero parecen una banda de payasos, unos cagones que no pueden dar la cara. Sin honor, sin vergüenza, sin ideales, sin siquiera sentido del ridículo, sin...
- Kissinger.
- ¿Qué?
- Kissinger era judío, camarada. El hombre nos dio los fierros, diseñó nuestra política, puso en marcha el asunto y nos dio...
- ¿Y con eso qué?
- Que el honor es el honor, la raza es la raza y la patria es la patria...
- ¡Claro que sí!
- ...pero la guita es la guita, camarada. La guita es la guita. No se olvide de para quién trabajamos. No se olvide.

Nota I: Este diálogo y los hechos que narra son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es una asombrosa coincidencia.
Nota II: El ejercicio de la prostitución por parte de ciertas personas es una auténtica vergüenza. Para la prostitución.

20.2.07

Tic tac, tic tac (el cuentito del tano)

Hace algunos posts (che, ¿a alguien se le ocurre un equivalente castellano a esta palabrita? Pero no engendros como "logical inmaterial", que jamás podrá reemplazar a "software") se planteó un encendido debate sobre el repetido tema del feminismo.

Disipo temores: no intento aburrir (más) con el asunto sino exponer una anécdota tangencial que no tiene nada que ver con el temita, pero que ilustra las diferencias que existen entre tener poder y creer que se lo tiene, y la influencia que ejerce el deseo de aprobación en la muy humana circunstancia de hacer el papel del boludo, que a todos nos acecha.

La verdad antes que nada: esto podría ser tanto una anécdota como un cuento, proviene de fuentes inciertas y quién sabe si es cierto. Igualmente creo que podemos considerar todo racconto un invento. El asunto – y acaso lo importante – es que es perfectamente verosímil.

Allá por las primeras décadas del siglo XX había un estanciero argentino próspero que acaso no se distinguía mucho de cualquiera en su clase, hombre de muchas menos palabras que pensamientos, conocedor de su negocio y por lo tanto de la naturaleza humana, acostumbrado a tratar con la peonada con los aires paternales del señor feudal criollo y esa campechanía astuta que escondía el filo de las muchas mañas.

En su estancia trabajaba un italiano que fungía como peón, capataz o arrendatario, no lo sabemos con certeza. El hombre – venido de una Europa que no le ofrecía demasiadas posibilidades – no dejaba sin embargo de ponderar las ventajas de la civilización gringa frente a la América atrasada.

- Ehhhh... no me va a comparar, nell'Italia e mecore...
- ¡Se vedera il Veneto! Voi no conoscete ma nel Nord de l'Italia, la cultura, tutta la cultura europea e là! Maaaa... acá non si capisce...

Aunque era posible que fuera romano, o aún calabrés (el "voi" lo ubicaba más bien en el sur) el hombre decía conocer todas las maravillas de la Emilia Romagna, la Lombardía, la Toscana y si le daban rienda en Viena había saludado al emperador Francisco José, lamentándose en la comparación con la pampa elemental.

Tanto que la locuacidad cocoliche de Giuseppe (vamos a llamarlo así) llegó un día a oídos del patrón, que un día lo mandó a llamar y le dijo:

- Mirá Giuseppe, tengo un problema y necesitaría tu consejo.
- ¡Mande padrone!
- Fijate Giuseppe, resulta que unos señores importantes me han regalado esta maravilla – el patrón sacó de su bolsillo un reloj de leontina, esos con cadena que la moda imponía llevar en el bolsillo del chaleco – y no sé qué pasa, Giuseppe. Al principio andaba lo más bien, tic tac, tic tac...
- Ajá... – el europeo puso cara de entendido con la mano en el mentón y el ceño fruncido mientras examinaba el reloj.
- ...pero resulta que ahora no hace más nada. ¡No anda!

El tano tomó el reloj mientras murmuraba "tic tac, tic tac" y lo miró por todos lados. El patrón – que había previsiblemente recorrido Europa, llevándose la vaca en el barco y gastando esos lujos que en la Francia de la época provocaban las expresiones "rico como un argentino" y "rastacouer" – relojeaba al tano que relojeaba al reloj (que no relojeaba) esperando pacientemente el veredicto experto.

- Mi sembra que va bene... roto no sta...
- Yo no le hice nada Giuseppe ¿eh? Vos sabés, yo de estas cosas que hacen allá mucho no entiendo.
- Ma... ¡padrone! – el rostro del tano se iluminó – ¿Voi li avete dato cuerda?
- ¿Cuerda?

El tano soltó una risa – no una carcajada, que el patrón es el patrón – suave, amistosa y condescendiente, entornando los ojos, levantando los brazos y golpeándose los costados de los muslos, como quien instruye a un niño incompetente pero querible:

- Peeeeeeerooo, ¡ma padrone! ¡Tiene que darle cuerda voi, padrone! ¿Vedete qui? Questa rotolina qui, ¿vedete? ¡Cuerda! ¡Se non le da cuerda, niente padrone!

Y el hombre ejemplificaba didáctico, dándole cuerda al reloj mientras no dejaba de lanzar respetuosas risitas que querían decir "¡estos indios!" pero moderando el tono hasta trocarlo en la cercanía afectuosa a la que se iba sintiendo ya con derecho.

El patrón tomó el reloj en sus manos con temeroso respeto, como si fuera de papel, se lo llevó al oído y miró al tano con ojos más abiertos.

- Che, tenés razón Giuseppe. Ahora sí que suena, tic tac, tic tac...
- ¡Ma claro padrone! – y el tano volvió a su risa amistosa, que hacía equilibrio entre su posición subordinada frente al patrón y su indudable superioridad frente al sudamericano.

Como ajeno a esto, frotándose el mentón y mirando el reloj, el patrón señaló a Giuseppe que la hora exacta se había perdido, y el tano nuevamente dio su clase magistral, encantado de mostrar y demostrar cómo se hacía para ponerlo en hora, darle cuerda, ponderando la mecánica, aventurándose en recomendaciones, afirmaciones técnicas de uso en Europa y presentando resultados con aire triunfal y profuso.

El patrón, luego de dejarlo explayarse a gusto, pedir nuevas demostraciones y observar con atención insegura, miró al europeo con asombrada aprobación y le dijo finalmente:

- Mirá Giuseppe, evidentemente este aparato es muy delicado y yo realmente no tengo costumbre con estas cosas ¿viste? Tengo miedo de romperlo. Así que vamos a hacer esto: pasate por acá al final de la jornada y te encargo a vos, ¡pero sólo a vos! ¿eh? que me lo hagas andar. Sos el único acá que puede entender cómo funciona este aparato y manejarlo.
- ¡Pero por supuesto, padrone!

Y así, todos los días al final de la jornada, el tano se pateaba 500 metros hasta la casa de patrón. La peonada lo miraba pasar, y de vez en cuando alguno preguntaba, no porque no supiera – que estas cosas se saben enseguida – sino por el placer de oír la respuesta pausada:

- ¿A dónde va el Giuseppe?
- A darle cuerda al reloj del patrón.

Y los ojos aindiados se entrecerraban apenas, casi ni se movían las comisuras de la imperceptible sonrisa ladina, haciendo innecesario cualquier comentario.

-o-

Notita al pie: El amigo Peste me ha hecho notar el término "rastaquouère" beacoup plus complex, comme il faut. Mis menesterosos tratos con el francés callejero me indicaban que la palabreja es usada familiarmente en su forma más sencilla. Pero seguro que me equivoco.

Tiene la palabra el que quiera aportar algo más y hacer pasar agradablemente este mal cuarto de hora.

14.2.07

Masacre de estilo

No ha faltado aquí quien me haya irónicamente señalado que escribir un blog es – por el momento – gratis, y que en ese hecho debería cifrarse la razón y el origen de la existencia de éste.

Para confirmar este aserto con el que coincido plenamente, y con la alegre impunidad de siempre vamos a hacer esta vez un poco de crítica de estilo. De todas formas estoy seguro de que si rebuscan con un poco de esfuerzo podrán encontrar cosas incluso peores que esta nueva reflexión, escrita con la habitual incompetencia pero también con el indudable encanto de la audacia, así que ya casi me siento perdonado.

La razón de este post es preguntarse si no se estará perdiendo el gusto por la palabra. En España, por ejemplo, más allá de algunos gracejos, es cada vez más frecuente toparse con errores y feísmos verbales que dan escalofríos.

Y en Argentina, me parece, lo que se impone es un lenguaje que combina por partes iguales lo torpe y lo incoloro. Y no digo que yo no sea un ejemplo. Pero ¿qué esperar del pasajero entretenimiento que distrae a un borroneador de blogs si dentro de lo que se da en denominar “literatura argentina” es posible encontrarse inopinadamente con el espanto?

Hace poco en Buenos Aires ojeando distraídamente un suplemento de Página/12, me encontré con un textito que me dejó petrificado. El autor es un tal Carlos Chernov, al parecer escritor. Digo “un tal” y “al parecer” no para ningunearlo con mi desconocimiento, ya que mi ignorancia en literatura – sobre todo contemporánea – es dramática. Así que es posible que el Sr. Chernov sea un escritor de puta madre. Dense pues desde ahora mismo por aceptadas todas las críticas, denuestos y pullas que mi insolvencia merezca.

Ahora bien, el texto de marras – que espero cuanto menos se trate de una improvisada respuesta oral y no de un escrito – discurre así:

Trato de que lo que escribo pueda circular, no que produzca rechazo o vómito. Por eso utilizo una prosa clásica. Siempre hay algo cuando uno escribe que es disruptivo y duro, y la vida también es dura. No sé qué es lo light, pero el arte tiene que estar en contacto con ciertas verdades. La literatura está a mitad de camino entre la materia, la perversión y el lenguaje humano, el conocimiento, o sea, el lado tranquilo de la vida. Una buena literatura tiene que hacerte sentir algo en el cuerpo tuyo, real.

Lo que me produjo leer esto fue un asombro mudo no exento de alguna incomodidad. La incomodidad creció hasta parecerse un poco a una ligera indignación. Comencé a preguntarme qué es lo que en Argentina se considera hoy un escritor.

Me justifico:

Trato de que lo que escribo pueda circular...

Ya creo que empezamos mal. Si un escritor se enfrenta a la hoja en blanco pensando en que lo que escribe pueda “circular” me parece que estamos menos ante un escritor que ante un oficinista.

Wilde decía que el artista no debe nunca pensar en el público. Y si de todos modos nos resignamos a hacerlo (porque bueno, concedamos que el arte es el arte pero el mercado es el mercado) ¿cuesta mucho decir simplemente “trato de que lo que escribo pueda ser leído con placer” o “fácilmente”? ¿Qué necesidad hay de utilizar el atroz verbo “circular”? El creador nos informa su intento no de lograr que algo sea sentido, comprendido, gustado o disfrutado sino de que “circule”. Incluso “trato de que lo que escribo se venda” hubiera sonado igual de menesteroso, pero al menos más cínico y osado.

...no que produzca rechazo o vómito.

Bueno, digamos que el remate de la frase le confiere una única y débil virtud: la contradicción. La palabra “vómito” era totalmente innecesaria y provoca precisamente ese temido rechazo que se proponía evitar.

Por eso utilizo una prosa clásica.

Nueva declaración de principios administrativos. Hoy voy a utilizar la prosa clásica, el cepillo de dientes y acaso el matafuegos. La prosa de un escritor, hasta donde sé, es un producto de su tensión interna, de su pathos, bah. Uno escribe lo que puede y lo que le es propio, por eso la prosa es personal. Suponer que se puede “utilizar” una prosa, y clásica para más datos, es dar la idea de un cajón lleno de prosas que el autor puede seleccionar como si se tratara de abrochadoras: la clásica, la romántica, la realista, y así.

Es verdad que el escritor de recursos puede variar su estilo dentro de ciertos límites, que pueden ser muy amplios, pero se trata de su propio registro de la realidad que se ha ampliado gracias a sus virtudes y su percepción, no de la “utilización” de una prosa u otra, sino de dejar fluir las variaciones que ha adquirido su propia forma de escribir.

Por otra parte no hay tal cosa como “una prosa clásica” a priori, ya que esas son clasificaciones posteriores. Adscribirse conscientemente a una escuela o estilo (o simétricamente, intentar sustraerse a ella) es más bien un acto de afiliación partidaria que de creación. Shakespeare no sabía nada de literatura shakespereana, como ya lo había señalado agudamente Borges.

Sigamos, por favor:

Siempre hay algo cuando uno escribe que es disruptivo y duro, y la vida también es dura.

Esto quizás es cierto, quizás no. No aporta demasiado y es más bien banal e impreciso. Pero bien, sin haber sacado demasiado provecho digamos que sí, que bueno, y continuemos con esto:

No sé qué es lo light, pero el arte tiene que estar en contacto con ciertas verdades.

Tuve que leerlo varias veces. La relación entre la primera proposición de la frase y la segunda, unidas por la conjunción “pero” es tan misteriosa que sugiere un repentino esoterismo o un error de edición. Propongo otras frases que encajarían tan bien – o mal – como ésta:

“No entiendo nada de yogures, pero la psicología no es una ciencia exacta.”

“No hay arreglos en el sentido de la vida, pero si me mandan voy.”

“Mi tía patea calefones.”

“Mi abuelo cabecea pan dulce.”

Si alguien puede explicar lo que quiso decir, adelante. Yo he agotado las posibilidades. Sigo a tientas:

La literatura está a mitad de camino entre la materia, la perversión y el lenguaje humano, el conocimiento, o sea, el lado tranquilo de la vida.

¡Qué linda frase! “el lado tranquilo de la vida” . Este postulado parcial sugiere que la vida tiene “lados”, de los cuales uno sería “tranquilo”. Creo natural suponer entonces la simétrica existencia de un lado “nervioso” de la vida.

En el tranquilo, si entendí bien esto, estarían el conocimiento y el lenguaje humano, mientras que en el nervioso encontraríamos a la materia y la perversión. En el medio de ambos estaría la literatura.

Esta enteramente arbitraria disposición tiene casi algo de onírico, pero creo que no logra emerger de la ineptitud, aunque sí demuestra que la mediocridad puede superar en extravagancia al más refinado decadentismo.

Por último:

Una buena literatura tiene que hacerte sentir algo en el cuerpo tuyo, real.

La tentación del chascarrillo fácil sugeriría que algo tan tuyo y real en el cuerpo como un dolor de cabeza (o alguna otra dolencia vulgar o infame) pueden ser efectivamente provocadas por ciertas lecturas.

Pero digamos sólo que eso de “una buena literatura” es – otra vez – muy feo ¿Por qué no simplemente “un buen libro”, o “un buen cuento”? Imagínense diciendo: “Ayer leí una buena literatura”. En el afán de rebuscar los términos y evitar hablar como cualquiera se coloca a las palabras en posiciones incómodas, se las fuerza a cumplir tareas que no son las suyas, se las maltrata.

Es curioso lo difícil que es hablar mal.

Ya sé que yo no soy un buen crítico de estilo; mejor dicho: no soy un crítico de estilo ni siquiera malo, pero me atrevo a decir que aquí he dado cerca o en el blanco un par de veces al menos. Y eso es precisamente lo grave: que un pazguato como yo pueda hacer puntería con tanta facilidad en semejante festival cacofónico brindado por alguien que dice ser escritor.

Repito: el Sr. Chernov me es desconocido y seguramente debe tener muchos más méritos que yo, pero no puede dejar de llamarme la atención que alguien supuestamente habituado al trato con la palabra sea capaz de ejercer la fealdad con tanta contundencia.

Y después nos quejamos de Tinelli.

12.2.07

Jack is in the air... la la la la la laaaaaaa II - El Marxista de Peluche

En una reciente e interesante conversación chateada por Skype con Niño Barroco, éste me calificó de "marxista de peluche".

Error.

Grave error.

Niño Barroco, tus pequeñoburgueses días están contados. La revolución proletaria sabrá vengar esta afrenta. Los temibles guardias rojos ya están sobre tu pista.


Ruega que esta entrevista sirva como atenuante. Veremos qué podemos hacer en el Tribunal Revolucionario. Te advierto que lo tenés difícil.

Saludos.

7.2.07

Jack is in the air... la la la la la laaaaa I

... y Niño Barroco también.

El hombre andaba con ganas de conversar, así que conversamos un rato. Nos fuimos a una tabaquería del centro, y ahí entre humo de pipa (él) y cigarro (mío) nos tiramos flores, algunas sin sacar de la maceta.

Se habló de la violencia, de la duda, de Medio Oriente... De minas también, pero eso no se grabó porque somos intelectuales, ¿vistes?

Desde ya disculpas por la calidad del sonido, pero es exclusiva responsabilidad del amigo. Encima le agregó una música de fondo que a mí, francamente... Pero dice que la próxima entrega se va a moderar, el muy salvaje.

Mencionemos que la conversa fue destinada al interesante programa de internet-radio (podcast) Vanitas, que cuenta con Niño Barroco como columnista, reflexionador, entrevistador y monologuista, polemista, cronista y abogado del diablo, además de voz sexy de muchacho judío modelo, ese que toda chica quisiera arruinar moralmente.

Aquí la primera parte.

Salud.

1.2.07

¡Por fin, che!

Yo no tenía la menor idea de quién era Marianne Ponsford hasta que un viejo amigo con el que compartimos notablemente algunos puntos de vista, y que hacía mucho que no veía me mandó un mail con el siguiente texto, por supuesto, de Marianne Ponsford.

Por lo que averigüé esta rubia nació en Glasgow pero vive en Colombia, y ha editado alguna revista. Rebuscando por internet encontré algunas de sus notas y me han gustado, pero ésta es de esas que a uno le hubiera gustado escribir, realzada notablemente por el hecho de que la haya escrito una fémina:

Elogio de los hombres

¿Saben qué? Estoy harta de que las mujeres seamos las heroínas irrefutables del discurso moderno.

Estoy harta de escuchar que somos unas berracas porque hacemos oficio, porque lavamos los platos, porque les cambiamos los pañales a los niños. Estoy harta de que nos llevemos las palmas por el nada milagroso azar de ser parte del cincuenta y dos por ciento de la población: estoy harta del elogio de lo femenino.

Y estoy harta de escuchar que somos mejores trabajadoras, menos corruptas, más eficientes, más prácticas, más terrenales que los hombres. Estoy harta de escuchar que tenemos mejor capacidad de expresión verbal. Estoy harta de escuchar que sufrimos mucho por la avalancha de imágenes de perfección corporal a la que somos sometidas. Y sobre todo y por encima de todo, estoy harta de la absurda trampa que nos hemos tendido a nosotras mismas: nos movemos al vaivén de un extraño péndulo que de un lado tiene la corona de mártires de la cultura patriarcal y del otro el cetro de las grandes triunfadoras del mundo contemporáneo.

No quiero decir que el siglo XX no ha significado una enorme revolución de nuestro papel en la sociedad. Ni que este comentario ataña tal vez sólo a una elite. Lo que quiero decir es que hoy siento, más que nunca, que ese discurso femenino es manco, que me hace falta algo, que hay un vasto territorio de lo no dicho, y que es el que ahora quiero esbozar aquí. Es hora de hacer un elogio de los hombres.

Muchísimas veces he pensado en el difícil y silenciado misterio de la masculinidad. En lo extraño que debe ser tener que hacerse hombre. Porque en nuestra sociedad, las mujeres parecen nacer y los hombres, en cambio, se tienen que hacer. Desde el consabido "no llores", hasta el trago amargo inicial de la posibilidad del rechazo (al fin y al cabo, nosotras elegimos) que tienen que echarse a la boca, los hombres tienen que aprender a crecer de una manera insospechada para nosotras. Nosotras crecemos más rápido. Y ellos tienen que descubrir que de ser nuestros pares hemos pasado a desecharlos, que de golpe y porrazo los consideramos unos niños y preferimos a otros, más grandes, supuestamente más hombres. ¡Eso tiene que ser muy duro!

Si uno intentara resumir nuestro discurso cotidiano acerca de los hombres, pónganse a ver y se darán cuenta de que nos construimos como único referente de ese discurso. No somos capaces de verlos a ellos. Nuestro análisis de lo masculino es de un simplismo bobalicón porque su núcleo es su relación con nosotras. Podríamos llamarlo "el síndrome del nome": no me mira, no me quiere, no me habla, no me escucha, no me llama. Y el hecho real es que rara vez pensamos en ellos. En la filigrana, en la sustancia misma del ego masculino. Sumidas en nuestra propia complejidad y nuestra tendencia a interpretar cada palabra, cada gesto, como un indicio de un designio absoluto, les exigimos que su condición se parezca a la nuestra. Y aquí cito a un hombre: "En una fracción de segundo, la mujer hace de lo mínimo una interpretación del mundo". En el fondo, nos negamos a aceptar aquello que supuestamente deseamos: la condición masculina. Su esencia primitiva, rudimentaria, esa naturaleza cazadora que se enorgullece de la conquista, que nos considera su trofeo. Hay algo animal (y por tanto natural) en su deseo de posesión, pero somos incapaces de admitir que en ello hay un elogio maravilloso. Y, cosa absurda, los tachamos de machistas.

Lo que pasa es que queremos ser queridas sólo en nuestros términos. Ellos intentan ser más flexibles, y en el fondo, son mucho mejores estrategas que nosotras. Cito de nuevo una voz masculina: "El amor parece tener más plasticidad para el hombre".

Pues sí. Ya es hora. Los hemos escuchado decir mil veces que no pueden vivir sin nosotras. Creo que es hora de admitir que les hemos dado tanto palo últimamente que no se atreven a hablar, y de decirles, sin tanta basurita en la cabeza, que son estupendos, y que nosotras tampoco podemos vivir sin ellos. Eso sí que es feminismo.


Bueno, acabáramos.

Por fin un tiro para el lado de la justicia, maestra. Ya pensaba yo que ni una mujer tenía la valentía de empezar aunque más no sea a desconfiar de toda la huevada políticamente correcta que las pinta como lo que no son, de renunciar al discurso autohalagador y forro que es obligatorio especialmente en la progresía imbécil (aunque también tiene su cara conservadora) y extendido a toda la sociedad, de tirar al carajo de una buena vez todos esos suplementitos intelectualoides mediopeleros del culo que hacen de la mujer no un ser humano sino vaya a saberse qué increíble misterio irresoluble, que mártires gloriosas y qué genias de la creación.

Marianne, gracias. Sos inteligente, sos valiente y encima estás buena.

Y en honor a la verdad, conozco otra dama que piensa exactamente igual. Tomé la precaución de seguirla de cerca.