24.12.06

Post navideño

Sí señores, yo festejo la navidad. No me vengan con que no es propio de un marxista, está todo bien con el camarada Jesús.

Además cada navidad me atrevería a decir que reflexiono más sobre el Flaco que más de una familia de esas que figuran como católicas y que lo único que les interesa de la navidad es hacer shopping (en España cada familia gasta un promedio de 600 euros en regalos, una salvajada consumista de estos campesinos enriquecidos).

Por supuesto, a los que de verdad creen les mando un saludo y una imagen de mi arbolito:


Bueno, claro que la estrella no es muy ortodoxa. Un obrero y un campesino se juntaron y la pintaron de rojo, y se dejaron ahí sus instrumentos de trabajo: una hoz y un martillo. Yo creo que Jesús no se enojaría.

Si alguien me acusa de hereje, creo que no soy el primero en esto de las adaptaciones. Sabemos que en ningún lado dice que Jesús haya nacido un 25 de diciembre, y que sospechosamente la iglesia ha hecho coincidir el nacimiento del Barba con la paganísima Fiesta del Solsticio.

Así que si de heterodoxias hablamos...

Salutes.

19.12.06

La piedad como lujo (Ah mon cher Jean-Claude...!)

Miren qué interesante esto: unos jóvenes parisinos han decidido vivir en la calle para experimentar lo mismo que viven los indigentes.

"Siempre me compadecí de los desamparados, pero sin experimentarlo es imposible comprender lo difícil que es" nos explica uno de estos genios.

El primer detalle que llama la atención son las carpas: muy buenas carpas. Yo no sé si en París los indigentes viven en carpas, me parece que no, porque conozco París y si bien no he vivido como ellos al menos los he observado bien: carpas no tienen.

Pero bueno, digamos que estos sufridos muchachos quieren hacer la experiencia pero tampoco la pavada, macho.

Sin embargo yo creo que hay que ayudar a esta buena gente. Ayudarlos a compenetrarse con el tema. Como primera medida yo les retiraría súbitamente las carpas en medio de la noche, como para que de verdad sientan lo que siente un ñato que simplemente no tiene dónde refugiarse.

Y como segunda medida creo que sería de enorme ayuda expropiarles sus respectivas casas. Así un funcionario se presentaría frente al aprendiz de indigente y le comunicaría que de aquí en adelante ya no tiene a dónde carajo volver, así que váyase acostumbrando.

Porque la verdadera experiencia es esa, muchacho: no tener casa, y no rajarse de paseíto un rato. El frío y el hambre - estoy seguro - se deben sentir de manera muy distinta cuando uno se somete voluntariamente a ellos "para ver cómo es" que cuando se sufren deseando intensamente calmarlos sin tener con qué, como les pasa a los verdaderos indigentes.

Esta es, señores, la Europa pelotuda.

11.12.06

Las dudosas virtudes de la duda

No hace mucho, escuchando el programa en podcaster (no sé si equipararlo con la radio, pero digamos que tiene algo de parecido) del amigo Niño Barroco, me encontré con uno en el que el infante de marras reflexiona extensamente sobre algunos temas que nos hemos tirado por la cabeza varias veces.

Niño Barroco empieza cortejando a nuestra amiga la duda. ¿Quién no la conoce? En los tiempos que corren es una especie de superestrella, el pensamiento contemporáneo de ultimísima hora, ese que suele envejecer desastrosamente y que – observen la finesse – me resisto a llamar "posmo", adora la duda. Y Niño Barroco está, es mi prescindible opinión, subido a este tren, paradójicamente con total convicción.

La primera reflexión que me produce escucharlo es que a mí el pensamiento de moda no me gusta. Nada peor que una idea convertida en opinión pública. Y esto vale también para aquellos tumultuosos ’70, creo que está claro que los psicobolches de oficio tampoco han sido santos de mi devoción.

La segunda reflexión salta ante la frase clave de Niño Barroco durante su monólogo: "A mí me encanta dudar". Creo que podemos empezar por acá.

¿Qué cosa es la duda? A mi me parece que se trata de la incapacidad admitida de tomar un camino, una posición o una decisión. La duda es lo contrario de la opción. Y hoy nos cansamos de escuchar por todos lados que la duda tiene un alto mérito, que la certeza por el contrario es peligrosa, que tener certezas es autoritario, feo, mientras que dudar es genial y muestra de gran inteligencia. Esto nos dicen.

Me permito dudarlo, si puedo socarronear un poco.

Me parece que si uno se pone un poquito dialéctico (y casualmente la dialéctica, mina que me gusta mucho más, aparece siempre en los debates interesantes) la duda está muy bien siempre que evidencie una incapacidad para optar debida a nuestra falta de información o de datos que nos permitan tomar una postura. Falta de información o de datos que la duda debería impulsarnos a remediar. En otras palabras la duda es interesante en tanto apunte a liquidarse a sí misma.

Porque si uno se instala cómodamente en la duda, si a uno le "encanta dudar" como a nuestro barroco amigo, entonces mágicamente la duda deja de ser duda y se transforma en postura, en convicción. Una convicción que prohíbe a todas las otras, o sea: la más estéril e inútil de las convicciones, se trate el tema que se trate.

Sospechar de toda convicción y someterla a prueba está muy bien, no hay que aceptar nada a priori. Pero siempre y cuando este "no aceptar" tenga como motivo la falta de elementos para hacerlo. Si el "no aceptar" se convierte en una postura de principio, entonces estamos simplemente ante la falta de voluntad para recabar información, estamos lisa y llanamente ante el elogio de la ignorancia.

A mí me parece que ni la duda ni la certeza indican la inteligencia o la honestidad de nadie. Se puede dudar y se pueden tener certezas, y en ambos casos se puede ser una persona reflexiva e inteligente, una persona deshonesta o un simple tarado.

El estrellato mundial de la duda permite a innumerables ignaros posar de gente sesuda y reflexiva. "Mire, yo dudo de todo" nos dice muy orondo un tipo que simplemente quiere ahorrarse la mucho menos prestigiosa frase "Mire, no tengo idea de nada". Lo bueno de la duda es que no exige conocimientos, más bien es necesario rechazarlos para poder permanecer cómodo en ella.

Este estrellato tiene una razón de ser: luego de la derrota de los proyectos que vislumbraban una sociedad mejor (históricamente no tan alejados pero que se nos antojan prehistóricos) estamos tan desorientados en el mundo del capitalismo salvaje y triunfante, que a esta altura ya creemos que la posición natural de la mandíbula es colgando.

Tenemos tanto miedo de equivocarnos, de embarcarnos en lo que sea, que no nos damos cuenta de que ya estamos embarcadísimos en el proyecto de quienes sí conservan convicciones muy firmes: numeritos de varias cifras en la cuenta corriente ayudan a sostener profundas certezas, incluso convertirlas en piadosos dogmas religiosos.

En la volteada cae la ciencia. Pobre la ciencia. Las variantes del relativismo cognitivo que nuestro muy amigo Alain Sokal desenmascaró con tanto humor y elegancia tienen el mismo origen. Claro: la ciencia puede ser usada para el mal, los laboratorios hacen negocio, etc. etc. La ciencia carga ahora con las miserias del capitalismo, y la culpa de Hiroshima y Nagasaki, como todos sabemos, no es del imperialismo sino de la física aplicada.

La solución para esto recetada por el pensamiento desnutrido es "¡Desconfiemos del pensamiento científico!", algo así como combatir la especulación inmobiliaria recomendando a la gente vivir en los caños. En lugar de tener el buen sentido de democratizar el pensamiento científico, de promover organismos democráticos de control que impidan el uso de la ciencia en contra de los intereses de la gente, Niño Barroco nos dice: "la ciencia es también una práctica, así que desconfiemos de la ciencia". Lo gracioso es que cuando alguien plantea que sería más lógico desconfiar de las clases dominantes Niño Barroco suele descalificar la advertencia por paranoide, improbable y conspiranoica.

Y por último, la violencia. Es el caso más trágico y el más delicado. Niño Barroco vincula las certezas con la violencia. Claro, para ejercer la violencia hay que contar con certezas, en general la violencia dubitativa es más bien rara: imagínense uds. pegarle un tiro a alguien sin saber muy bien por qué, o no decidirse entre poner una bomba en un cuartel, un partido de izquierda, o un baile de disfraces.

Así que la violencia exige certezas. Y la violencia no es buena, así que esto parecería abogar a favor de la duda. Lo malo es cuando alguien ya la utiliza ¿Qué hacer cuando el sistema cae encima de miles de personas? ¿Aconsejarles la duda? ¿Prevenirlos contra las certezas? ¿Decirles que la violencia es mala? Supongo que los fregados por el sistema nos contestarán que saben bien lo mala que es la violencia porque se la bancan todos los días.

Entonces ¿por cuánto tiempo más seguiremos en esta dudofilia? Yo espero que no demasiado. Porque mientras nos complacemos en las delicias de la duda hay otros que están desmontando el escenario y arreglándolo a su gusto con una idea muy precisa de lo que quieren.

Y a ellos nuestras dudas les importan muy poco.