23.2.10

La revolución y el amor como objetos de la moral (tomá mate!)


El post anterior ofreció un ejemplo de moral reseca feminista. Pero la moral reseca por desgracia dispara desde varias posiciones: hay una moral reseca machista, hay una moral reseca religiosa, y hay también –y ésta nos ha hecho mucho daño– una moral reseca pretendidamente marxista preconizada por una legión de mediocres.

¿Moral? ¿Y eso?

¿Qué es la moral? Se impone la definición y la verdad es que de todo lo que he leído –francamente poco– me cuesta extraer una, pero menos cuesta intentar ponerse de acuerdo sobre algún aspecto: me parece claro que la moral es una guía para la acción, propia o de otros. La moral indica una actitud a tomar frente a determinados fenómenos aconsejando unas acciones y desaconsejando otras.

Si se me ocurre una diferencia con la ética, creo que es esta: la moral incluye los efectos que determinadas conductas tienen sobre nosotros mismos, aunque no tengan necesariamente efecto sobre los demás; porque lo que hacemos a otros también nos hace: every little action of the common day makes or unmakes character decía uno que de esto sabía un rato largo, y me parece que va por ahí el asunto.

La moral suele entrar en juego cuando hay que decidir cuidadosamente qué hacer respecto de algo que nos atañe, individual o colectivamente. Y aunque los cursos de acción son infinitos, creo que podemos perfilar dos actitudes básicas que corresponden a modelos contrapuestos: la moral reseca y la moral revolucionaria.

Mama said be careful of that girl / Mama said you know that she’s no good...

Es indudable que frente a la oportunidad del bienestar entramos en una dinámica no exenta de tensión. Y se entiende: la posibilidad del placer y la realización es también la posibilidad de la frustración y del fracaso, en algunos casos de la catástrofe. Tomemos el amor por ejemplo: es indudable que es peligroso, ¿a quién no ha hecho sufrir, hacer cosas que mejor no recordar, escribir poemas horrendos, ensayar todas las formas de la ineptitud? Simétricamente el amor es indispensable, así que no es raro que el amor cause temor, el temor que causa afrontar cualquier cosa crucial.

Para colmo el amor es complejo: implica la relación entre dos seres que son a la vez sujeto y objeto; la posibilidad de malentendidos, de heridas, de acusaciones, de ilusiones rotas y de melancolía es muy alta. También es posible la violencia en sus muchas formas: el engaño, el cinismo y hasta el crimen.

Y sin embargo a pesar de todo esto, no podemos prescindir del amor.

Así se presenta muy naturalmente el temor. Y ojo, porque es una actitud con serios fundamentos. Como vimos el miedo no es ajeno a las cosas importantes. Y el miedo tiende a retraernos, a evitar el contacto. Nos impone una serie de estrategias de elusión y defensa. Y cada fracaso refuerza esta línea de acción.

Para colmo hay factores que conspiran: en cierta medida el hecho de vivir en una sociedad crecientemente inhóspita, el tener que enfrentar una realidad amenazante no hace mucho por mejorar este panorama. Gastamos muchas energías en sobrevivir a diario y cuando llegamos a la posibilidad de felicidad solemos no estar en las mejores condiciones.

Y aquí es donde entra a tallar la moral reseca. La moral reseca receta la falta de ilusiones como antídoto contra la frustración. La relación entre dos personas tiene que estar regimentada y establecida como un rito seguro en el cual no haya metas demasiado ambiciosas en lo que a comunicación se refiere. Mejor dejar todo como está. Como vimos argumentos no le faltan: el amor es peligroso. Evitar los riesgos y sustraerse a las heridas impone que todo sea lo más previsible y despojado de ilusiones que se pueda. Así se reduce nuestra vulnerabilidad.

La moral reseca se basa fundamentalmente en el temor. No aspira a mejorar sino que apenas promete no empeorar. Y para esto tiene que anunciar peligros fatales, única forma de resignarnos a la mediocridad. Para lograr su propósito la moral reseca pone el acento en las terribles pérdidas y condena la búsqueda de algo más como ilusiones estúpidas, irrealizables y peligrosas. Es mejor jugar sobre seguro, ser maduro y adulto.

Hay varias formas de hacer que el amor sea previsible; el matrimonio puede ser una, la prostitución otra: yo hago esto, vos hacés aquello, listo. Recuerdo el alado aforismo de San Agustín, que decía que la prostitución es como las cloacas de un castillo: inmundas pero necesarias.

Sin embargo la promesa de seguridad que brinda la moral reseca es falsa. Porque hay en nosotros fuerzas que siempre aspiran a más, y ahogarlas implica pagar un precio en cuentagotas que en el momento parece pequeño, pero que con el tiempo acumula cordilleras de frustración y tensión no resuelta. Y un día nos preguntamos de dónde vino tanta infelicidad si no hicimos otra cosa que cuidarnos. Precisamente.

La otra moral

Hay otra moral que en cambio nos invita a no renunciar, a no ceder, a seguir buscando a pesar de todas las frustraciones. Aspirar a más y no quedarnos con lo posible. Esto no implica negar los peligros, sólo ponerlos en contexto y darles su real valor, cosa no fácil que requiere a la vez disciplina e imaginación.

Saltamos del amor a la política... salto no tan extraño, la moral funciona aquí de manera notoriamente similar. El cinismo es el mismo: respecto del amor al igual que respecto de todas las relaciones humanas, sociales y políticas. El ser humano no puede mejorar porque "es así", cualquier búsqueda de mejoramiento social no sólo es inútil, es además peligrosa. Lo dice el socio de quien maneja el garrote: combatir al poder es riesgoso; y esto es muy cierto, lo es. Pero es falso que no combatirlo nos otorgue una seguridad si no es al precio de deteriorar cada vez más nuestras posibilidades de realización. El poder siempre intentará hacernos elegir entre dos males.

Por eso la moral reseca es cínica. Prescribe las bondades del statu quo y declara perversamente inseparables las alegrías del sexo con los terrores del SIDA, el piropo con la violación, la felicidad con la violencia, la revolución con la represión. Al participar en política el militante de izquierda con un poco de experiencia reconoce con frecuencia esta escala de valores al toparse con provocadores y buchones que pronostican calamidades e intentan sembrar el temor. A escala mediática: cuando un pueblo se levanta contra el poder Radio 10 aterroriza a la gente con los negros que vienen del conurbano.

Theodor Adorno acuñó una frase certera que divide estos dos mundos: la paranoia es la sombra del conocimiento. La moral reseca es la moral de la paranoia, la moral revolucionaria es la moral del conocimiento.

Frente a cualquier evento crucial (la revolución y el amor lo son) la moral revolucionaria prescribe la cabeza fría y el corazón animoso, actuar en el momento justo con audacia y prudencia, que no son incompatibles.

Así como la moral reseca miente, también es engañoso cierto optimismo desenfrenado y ciego que con el tiempo se vuelve su aliado. No ver los peligros o desestimarlos como meros fantasmas es también un error. Así el enamorado desengañado convierte su frustración en crueldad y se dedica a destruir ilusiones ajenas. Quienes durante los ’70 confiaban ilimitadamente en el progreso humano y la ineluctable revolución (generalmente desde la mesa de un café), en los ’90 no perdieron oportunidad de ejercer respecto de otros la burlona suficiencia con la que creyeron exorcizar al pelotudo que fueron.

La moral reseca da por sentado el fracaso, nos invita a la resignación y al temor. En su versión religiosa antepone unas improbables alegrías del más allá como consuelo frente a las alegrías de este mundo, que declara dudosas o deleznables. En su versión feminista o machista la moral reseca criminaliza al otro sexo: cuidado con ellos/as, que son malos/as y ruines. En su versión política amenaza con cataclismos cada vez que protestamos y nos conmina a quedarnos en casa, ganar menos, laburar más y zafar como podamos.

La moral revolucionaria en cambio dice que la felicidad pertenece a este mundo y es nuestra responsabilidad: o la hacemos aquí y ahora, o no será.

6 comentarios:

486 dijo...

Que buen post!
Mi intrínseca cobardía tiende a refutarlo, pero no se anima.

Jack Celliers dijo...

Bueno, déle ánimo a su cobardía, hágala una cobardía osada. Sin refutación no hay ideas.

Nacho dijo...

Mi olfato está poco y mal entrenado como para reconocerlo, pero siento cierto aroma a Nietzsche. En cualquier caso, huele bien.

LR dijo...

Nacho, aroma a Gestalt.

Muy buen post Jack, aquello de que lo que posponemos o reprimimos vuelve en diversas formas, ya tirando a patológicas, es fundamental.

Se da también en el caso de lo que en la militancia se conoce como fundidos.

Personas que no pueden soportar el ritmo y/o presión de la militancia y de la lucha de clases y dejan de militar cuando ya no dan más, sin haber replanteado antes las condiciones de su militancia. Posponen, posponen, y explotan (a veces por una tontería).

Parece que huyeran. Y para peor, se van resentidos no sólo con el partido sino con la idea misma de la revolución, desencantados de la posibilidad de un cambio social, proyectando sus falencias en los otros.

Los cínicos vienen por ahí. No sólo son resultado de la enorme derrota de los '70.

Jack Celliers dijo...

Nietzsche y Gestalt... a la merd, gracias. Sobre todo porque realmente no percibí ninguno de los dos aromas mientras lo escribía, pero ahora que lo mencionan es verdad: he pegoteado ideas con más voluntad que maña, y obviamente he robado de manera inverecunda. Pero ya que vamos a robar, robemos con ambición.

Floyd dijo...

Leyendo tu post me surge desde alguna antigua inocencia la pura cursileria de que la unica revolucion verdadera es el amor y que el amor es revolucion en si mismo. Alguien me dijo y me dejo pensando, que lo contrario del amor no es el odio sino el miedo.
Todo tiende a la autodestruccion en el mundo tangible excepto el amor. Es la fuerza transformadora por naturaleza, es el sentido de la vida (de la mia, por lo menos eso creo por ahora).
Claro que faltaria ponerse de acuerdo acerca de que es exactamente el amor.