16.12.09

¿Qué hacer?



La crisis mundial del capitalismo lleva a la burguesía a convertirse en una lumpen-burguesía, cada vez menos capaz de respetar los límites del sistema que ella misma ha impuesto. Consecuentemente, los representantes políticos de esta lumpen-burguesía no pueden comportarse como otra cosa que lúmpenes. Es así como la corrupción y aún el delito devienen moneda corriente y todos gritamos “¡Qué barbaridad!”.

Así como el capitalismo destruye el medio ambiente, su dinámica lo lleva también a destruir su propio medio ambiente económico que es el mercado. Cuando las fuerzas incontroladas del capital destrozan el mercado, las contradicciones en su propio seno se vuelven amenazantes y se manifiestan políticamente. Es entonces cuando la burguesía recurre a un político salvador, cuyo perfil ideológico dependerá básicamente de la capacidad que demuestre la clase trabajadora para amenazar la estabilidad del sistema.

Si esta capacidad es alta y peligrosa, la burguesía entrega el poder político a un dictador de las variantes bonapartista o fascista. Si en cambio la clase obrera ha perdido la iniciativa –que es lo que hoy ocurre– entonces basta con un político eficiente, culto, pletórico de gestos “de izquierda”. En todos los casos se produce ese fenómeno que denominamos “populismo”, que consiste en despilfarrar gestos simbólicos para preservar lo importante, que es el poder burgués.

Pero la burguesía en realidad odia ceder nada, y si esto es cierto incluso para un dictador fascista, lo es mucho más para un Obamalabarista progre. No pasan unas horas desde que asume el poder que los sectores más aventureros del capital conspiran y comienzan a preguntar cuándo se va el marxista ese.

El caso argentino es paradigmático. No es casual el odio que concita Cristina Fernández de Kirchner, una de las pocas dirigentes burguesas lúcidas y capacitadas que intenta convencer a la clase que representa de la necesidad de un proyecto nacional. No lo logrará, como no lo lograron en condiciones infinitamente mejores Miranda en el ’45 y Gelbard en el ’73, (no) curiosamente también bajo gobiernos peronistas.

El peronismo es uno de los movimientos políticos más versátiles. Demasiado para una burguesía obtusa que no está interesada en otra cosa que no sea la acumulación de la mayor cantidad de dinero posible en el menor tiempo posible. Las consecuencias no le interesan en lo más mínimo, ni siquiera si involucran crisis severas: para eso están el aparato represivo, el submundo policial y los llamados “servicios de inteligencia”, que no son otra cosa que delincuentes al servicio del estado burgués.

Planteadas así las cosas, los operadores políticos pagos que pululan en los partidos y los medios de comunicación se han dedicado a crear el clima conveniente para abortar este gobierno como sea y volver a la fiesta.

El plan económico y social comenzado durante la dictadura militar con Martínez de Hoz no fue episódico sino una manifestación de la firme voluntad de nuestra burguesía de destruir el país tal como lo conocemos y convertirlo en un territorio de nadie, similar a cualquier republiqueta africana, en la cual la riqueza nacional sea objeto del despilfarro animalesco de una minúscula oligarquía rentista e inútil, una caterva de funcionarios venales y el circo de la farándula; mientras el grueso de la población sobrevive en condiciones de precariedad, sin trabajo, sin infraestructuras, sin educación, sin salud y sin futuro.

La actual administración es un obstáculo para lograr este objetivo. El gobierno de CFK insiste en la ilusión de un país integrado bajo el capitalismo, para lo cual necesita a una “burguesía nacional”, que no es otra cosa que una contradictio in adjectio. Construir un país es una tarea muy superior a las fuerzas de nuestra burguesía, que no está dispuesta al menor sacrificio ni siquiera en vista de sus propios intereses en el largo plazo. La razón es sencilla: el “largo plazo” y las “futuras generaciones” son un mantra repetido desde hace décadas para consumo de la clientela electoral (en porteño: verso para la gilada), pero nadie mejor que la clase opresora conoce las ventajas inapreciables del aquí y ahora. Mientras la enorme mayoría de la población argentina vive de promesas desde hace décadas, los privilegiados no toleran la más mínima demora a la hora de comprar un yate.

Las recientes amenazas de muerte proferidas contra la presidenta, el clima de constante agitación e insulto, los pronósticos de destacados golpistas que incluso ocupan posiciones de poder son el aviso de que no habrá negociación capaz de detener a esta horda, que es la de siempre. El odio zoológico, el insulto soez, la histeria y la grosería de una farándula política ignorante y canallesca intentan arrastrar el descontento de lo que queda de las clases medias hacia una acción que será suicida incluso para muchos de los que hoy comparten el odio por la actual administración.

Porque no hay que dudarlo: esta ofensiva que escala el conflicto de manera criminal e irresponsable intenta arrastrar a los sectores más atrasados e ignorantes de la llamada clase media (que son muchos) para imponer un modelo de país que –al igual que lo que ocurrió con el proceso de desnacionalización que desembocó en el corralito– hundirá a esos mismos sectores en una miseria aún más pronunciada. Trotsky recordaba que la política no es agradecida.

La amenaza de muerte a CFK, la reciente designación de un apologista de la dictadura por el macrismo, la frase de un candidatejo:

Es como estar en la guerra, hay que ir matando a los de la primera fila y seguir

no son hechos aislados. Se trata de fomentar una nueva interrupción violenta en el proceso democrático, interrupción cuya justificación ya no proviene de ninguna guerrilla, ni siquiera de la menor resistencia. Porque nunca fueron esas las razones necesarias para que la burguesía argentina imponga su agenda. Los sucesivos golpes de estado, el golpe de mercado que derribó al primer gobierno democrático desde el año '83 y esta ofensiva brutal repiten el ciclo histórico de nuestro país.

Frente a esto la militancia que apoya al gobierno de CFK tiene que entender que en lo que respecta a esta ofensiva no importa lo muy civilizado que sea este gobierno, no interesa en lo más mínimo si se plantea alguna clase de resistencia organizada o no: la ofensiva proseguirá hasta obtener lo que desea, que es imponer una nueva vuelta de tuerca a un proceso de degradación social e institucional que si parece no tener fin, es sencillamente porque no lo tiene.

Como siempre ha ocurrido el conflicto, lejos de ser promovido por los oprimidos, es furiosamente impuesto por los privilegiados. La tarea de la hora es decidir qué hacer frente a esta enésima ofensiva.

4.12.09

Placebo



Kirchner, Lula, Correa, Evito Morales... No sé por qué pero a alguien se le ocurrió que son "de izquierda".

Como no se trata de tocarle a la burguesía ni una moneda, o de expropiarle a la oligarquía ni la maceta del potus, propongo llamar a estos novedosos y moderrrrrnos idearios políticos "izquierda placebo".

Es como un estado de bienestar ¿viste? Pero sin bienestar.

Igual ojo: el placebo también molesta, porque imaginate: mucho placebo, mucho placebo al final se van a terminar creyendo alguna idea rara. Así que a Zelaya le pegamos una patada en el culo, hacemos unas elecciones controladas por la Internacional Derechista y el ejército (una garantía) y bueno, qué importa... si total ya saben que más que placebo no van a conseguir.

¿No?